miércoles, 25 de abril de 2012

Felicia y la golondrina


Sus padres la llamaron Felicia, porque al nacer tenia la sonrisa marcada en su rostro como señal inequívoca que su vida sería llena de felicidad. Más la felicidad de Felicia nunca fue plena: sus padres la dejaron muy pequeña, su salud siempre fue delicada, la situación económica deplorable y sus carencias fueron mermando cada día mas su frágil ser y las circunstancias de la vida la ataron a una silla, sin poder caminar, limitando sus movimientos; más no su corazón lleno de cariño y su mente que volaba sin límites… y Felicia continuaba con ese gesto de ángel… sonriendo, siempre sonriendo.
Amado nació entre sábanas de satín y multitudes atendiendo cada mínimo detalle, cada pequeño capricho de él; creció entre vastos jardines, cabalgatas, ropa de diseñador y cubiertos de plata. Irónicamente, su nombre no coincidía con sus emociones; Amado tenía todo lo material pero nunca sintió el cariño ni apoyo de sus padres, de ellos solo sentía la enorme presión por preservar el status quo de su apellido; lo único que realmente lo llenaba de paz era tomar sus lápices y dibujar aves en pleno vuelo, en secreto envidiaba la libertad de las aves para dejar el nido, para ser independientes… para vivir libres!
La ventana de Felicia se sacudió con un golpe y una mancha oscura se deslizo por ella lentamente. Felicia derramó una lágrima y se dio a la tarea de cuidar a la golondrina que esa tarde se estrelló contra su ventana y que invadió su vida como una proyección de su alma. Felicia se veía reflejada en esa golondrina; era ella esa ave diseñada para volar, para vivir en plenitud… pero con las alas rotas, limitada, condenada a ver el cielo desde lejos; a vivir el amor como simple espectadora.
Aquel día el destino tuvo otro regalo para Felicia; mientras ella escribía en el parque y sonreía al sentir la brisa del atardecer, Amado, con lápices en mano dibujaba su sonrisa; prendido al instante de la perfección de ese gesto, de la hilera de perlas de sus dientes y del destello de amor en sus ojos.
Los días se volvieron semanas, las semanas meses y las charlas se trasformaron en confidencias, las miradas en besos y en “te quieros” compartidos en un naciente amor como hasta ahora solo habían soñado ambos.
La golondrina de Felicia aprendió a comer de su mano, a confiar en ella y sanaba poco a poco con sus cuidados; Amado realizo un sinfín de bocetos de la golondrina herida y de la sonrisa de Felicia como fotografías a carbón de la felicidad que por fin podían asir con las manos.
Más la vida con sus prejuicios, las presiones de la familia de Amado, las diferencias sociales y tantas y tantas tonterías que son excusas y que interrumpen el amor fueron interponiéndose entre ellos que la distancia fue creciendo… al grado tal, de abrir una brecha infranqueable de la cual Felicia decidió huir por miedo a salir lastimada o con la ala rota como su golondrina.
La golondrina curiosamente emprendió vuelo ese dia, tal vez como señal de que todo debía terminar, como señal de que ambos tenían que buscar nuevos horizontes. Era una mañana lluviosa donde las gotas de lluvia disfrazaban las lagrimas de Amado y Felicia, cada cual en su espacio… derrotados, vencidos; más no vencidos por el mundo si no por el miedo de luchar por ellos, por el miedo de amar!
La golondrina volaba dificultosamente pero contenta de estar en los aires… libre, sintiendo el aire entre sus alas y el mundo a sus pies. Felicia la observaba imaginando que era ella, saliendo de su cuerpo lastimado, ella con alas observando el mundo, ella plena… ella libre!; cuando la vio caer y descubrió que esa ave no había sanado del todo su ala rota, comprendió que ella misma era esa ave, lastimada, herida y limitada por sus propios miedos que le impedían el volar, le impedían el amar.
El miedo es el peor enemigo del amor, ese día lo entendió. Entendió que las limitaciones no existen si no en la mente de los protagonistas de cada historia, que el mundo no importa, que no hay pretextos validos para culpar a alguien de nuestros fracasos. Comprendió que el amor es únicamente del valiente que decide arriesgarlo todo, pero también reconoció su cobardía por no luchar lo suficiente.
Hoy Felicia sonríe solo a medias, llevando una herida más pero ahora en su corazón; mientras Amado solo tiene como recuerdo de ella ese dibujo a lápiz de su sonrisa y su golondrina herida.
Vicky Arizpe (Sayuri)
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